viernes, 2 de noviembre de 2012

Don Paco

Lo recuerdo caminando con las manos atrás, meditando, en actitud de reflexión permanente. Siempre cordial y amable, no era un hombre de risa fácil sino de sonrisa sagaz que expresaba un humor fino y elegante. A todos les hablaba "de usted", salvo que alguien previamente lo tuteara. No entendía la moda actual de saludar de beso a las damas, él prefería, a la usanza tradicional, simplemente estirar el brazo e inclinar la frente. Así era don Francisco Calderón Quintero, fallecido el pasado 1 de noviembre a los 83 años.

Don Paco era un aristócrata de pro. Primo de José Vasconcelos y amigo de Daniel Cosío Villegas -ambos fueron testigos de su boda-- , en su muy temprana juventud militó en el sinarquismo y en los grupos que se resistían a la política revolucionaria de exterminación de la libertad religiosa. Contaba con emoción cómo su padre, "un hombre honorable", tenía que esconderse para practicar su fe. Años después, se convirtió en un economista destacado que estudió como pocos la historia de México y que fue maestro de decenas de generaciones.

Fue director general del Consejo Coordinador Empresarial en una época convulsa para el país, cuando las crisis económicas comenzaron a hacerse costumbre y cuando la dialéctica gubernamental imitó los peores discursos bananeros de lucha de clases. Don Paco se convirtió en uno de los más influyentes ideólogos del sector privado, en ese momento extraordinario en que muchos empresarios dejaron de lado sus reducidos intereses personales y decidieron participar en la política del bien común y convertirse en protagonistas de la transición mexicana.

Los últimos 15 años de su vida fue director de estudios económicos de la Fundación Rafael Preciado Hernández. Desde ahí colaboró en las plataformas panistas, en cursos, en documentos y en todo tipo de actividades para generar ideas que permitieran alcanzar "una economía ordenada y generosa", como él mismo decía haciendo una analogía con el lema de Acción Nacional, partido en el que militó con orgullo y del que estuvo a punto de ser legislador en 2000, cuando una injusta resolución del Tribunal Electoral se lo impidió.

Humanista erudito, Don Francisco Calderón Quintero era un caballero "de los de antes". Encarnaba unas cualidades que hoy ya no son la moda: el valor de la palabra, la importancia del buen nombre, el sentido del honor, el respeto a la formalidad, el cultivo de la sobriedad, la posesión de una cultura universal. Su muerte nos deja en claro, también, cuánto echamos en falta hoy en día esos valores y esas virtudes. Lo vamos a extrañar.

domingo, 2 de septiembre de 2012

San Lázaro

El Palacio Legislativo de San Lázaro es un mundo. Es enorme. Más que un recinto legislativo parece el campus de una universidad norteamericana. Tiene nueve edificios en donde existen oficinas casi para todo (grupos parlamentarios, comisiones, mesa directiva, secretaría general, servicio social, canal del congreso, protocolo, etc.), así como infinidad de pasillos, jardines, estacionamientos, espacios abiertos y hasta pasadizos. La burocracia sindicalizada y basificada abunda (como la que ocupa los elevadores para apretar el botón de destino), en detrimento de los asesores técnicos y especializados de cada diputado, que son más bien pocos.

Paradójico que en un Estado como el mexicano donde se ha hecho del laicismo un dogma irrefutable, el Palacio Legislativo que alberga a la Cámara de Diputados tenga el nombre de un santo. No es ciertamente en honor al mejor amigo de Jesús, cuya muerte le generó tal tristeza que con su poder sobrenatural ordenó su resurrección, según consta en el relato evangélico. No, más bien el nombre proviene de que ahí se encontraba la antigua Estación de Ferrocarril de San Lázaro, aunque quizá en su origen remoto el nombre sí tuviera un componente claramente religioso.

El salón de plenos también es gigantesco. Faraónico, diría yo. Se nota que fue construido en el sexenio de López Portillo, clímax de la presidencia imperial mexicana, como la llamó Enrique Krauze. A diferencia de otros parlamentos en el mundo, en el mexicano los legisladores no nos podemos ver cara a cara. Más que un hemiciclo es un gran auditorio. Todo está dispuesto para ver al orador. Fue hecho en el esplendor del priismo para que el Presidente tuviera su espectáculo glorioso el día de su informe.

Este lugar ha sido la sede de eventos memorables. Aquí falleció de un infarto, en plena tribuna, el diputado panista Carlos Chavira, quien protestaba contra el fraude electoral de Baja California en 1983. Aquí se produjo la primera interpelación a un Presidente de la República en la historia moderna, cuando en 1988 el senador Muñoz Ledo increpó a Miguel de la Madrid. Aquí se instaló en 1997, contra toda la fuerza del PRI, entonces comandado en San Lázaro por los hoy ínclitos neodemócratas Arturo Nuñez y Ricardo Monreal, la primera legislatura posrevolucionaria con mayoría opositora. Aquí tomaron posesión Vicente Fox, el primer Presidente de la alternancia, y Felipe Calderón, en medio de la violencia física y verbal de los perredistas.

Muchas historias han pasado por San Lázaro. Aquí se han visto diputados representantes de intereses inconfesables, legisladores que han faltado a la confianza depositada en ellos. Pero también este lugar ha sido testigo de intensas negociaciones y acuerdos que gradualmente y si bien es cierto que de forma insuficiente han permitido el progreso de México.

Inicia una nueva legislatura. Otra vez el imponente Palacio de San Lázaro está de manteles largos.  Es un momento propicio para recordar que los legisladores tenemos en nuestras manos una enorme responsabilidad: dignificar la tarea legislativa y construir una nueva cultura democrática. Que este lugar sea una manifestación de civilidad, un instrumento fundamental de la sociedad abierta, un espacio para el encuentro con el otro y, por lo tanto, genuino factor de entendimiento entre todas las maneras de pensar.

Decía Carlos Castillo Peraza, quien por cierto fue diputado en San Lázaro, que la política tiene que ser generadora de esperanza. Se debe poder esperar algo de la política, los hombres y las mujeres concretos deben poder esperar algo de la política y de los políticos. Y siendo San Lázaro uno de los lugares en donde más política se hace, tiene que ser también de los que más esperanza genere.

lunes, 27 de agosto de 2012

Adiós a Donceles

Hace unos días presenté mi solicitud de licencia definitiva al cargo de diputado en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal para asumir el de diputado federal en el Congreso de la Unión. Si bien es cierto que la legislatura local está a punto de terminar, los formalismos obligan a que dicho trámite se lleve a cabo.

En estos tres años en la ALDF tuve enormes aprendizajes, muchas satisfacciones y también algunas frustraciones. Todo ello consustancial a cualquier etapa de la vida. También de la vida política. Echemos, así sea por unos minutos, la vista atrás.

En mi bancada panista, coordinada por Mariana Gómez del Campo, intentamos ser siempre los más propositivos. A veces lo logramos, a veces no. Fuimos un buen equipo de quince diputados hasta que las ambiciones personales generaron algunas divisiones y tres deserciones. De todos ellos, empero, me llevaré siempre un gran recuerdo. Fuimos compañeros de trinchera, tuvimos en nuestras manos la enorme responsabilidad de levantar la bandera de Acción Nacional y de proponer una agenda humanista en un medio hostil y siendo minoría, lo cual nos obligaba a un mayor esfuerzo de creatividad. Fuimos los únicos que presentamos una alternativa al perredismo en el lugar donde se hace más política en la ciudad de México.

Recuerdo que al principio de la Legislatura los diputados de la mayoría perredista -mayoría, por cierto, creada artificialmente y mediante el polémico y sospechoso traspaso de cuatro diputados de otros partidos a su bancada--  nos veían a los panistas con un profundo desprecio. Me da la impresión de que para ellos representábamos todo lo malo que puede haber en su mundo ideologizado: éramos la encarnación de la reacción, de la mafia que les robó la Presidencia. Quizá nosotros también teníamos bastante prejuicios hacia ellos. Las primeras sesiones eran ríspidas, desagradables: recuerdo que hubo un conato de golpes en la sesión en la que los jefes delegacionales rindieron protesta. Después, con la confianza que viene de la interacción constante y el trato cotidiano, logramos procesar nuestras diferencias (algunas insalvables) y llegar a acuerdos en muchos temas. Otros tantos quedaron pendientes por las perversas lógicas políticas y electorales de las que son rehenes los parlamentos. En todo caso, puedo decir que de varios de esos diputados guardo un buen recuerdo y de algunos de ellos me precio incluso de su amistad.

Un muy mal sabor de boca en esta legislatura me dejó la bancada del PRI. Salvo alguna honrosa excepción, en general sus diputados fueron un apéndice lamentable del PRD y del Gobierno del Distrito Federal. Personajes como Christian Vargas -el llamado "Dipuhooligan"-  simplemente contribuyeron a la anécdota y a las notas chuscas. Sólo recuerdo de ellos dos propuestas sobresalientes: cuando propusieron la castración química a los violadores (asunto que no merece mayor comentario) y cuando quisieron inscribir con letras de oro en el recinto el nombre de Plutarco Elías Calles y tuve que subirme a la tribuna a hablar en contra: al final, por un par de votos no lo lograron. Asumo gustoso la culpa histórica.
 
Varias satisfacciones en particular me deja el trabajo legislativo. No es mi intención hacer en este momento un exhaustivo informe legislativo, por lo que simplemente mencionaré tres de ellas.

Una, cuando junto con los vecinos de la Benito Juárez logramos impedir la venta que el Jefe de Gobierno pretendía hacer de una parte de la calle Enrique Rébsamen a la Comercial Mexicana. Por definición un bien de dominio público, como es una calle, no puede estar sujeto a un régimen de compra-venta, pero a pesar de eso el GDF pretendía hacer un obsceno negocio. Otra gran satisfacción fue haber bajado recursos para rescatar la histórica plaza Gómez Farías, en el barrio de San Juan Mixcoac: la remodelación la dejó a la altura de los mejores espacios públicos del mundo. También considero un gran logro el haber reformado la ley de responsabilidad patrimonial para agilizar y simplificar la indemnización en caso de que la autoridad dañe a un particular por su mala actuación o sus omisiones. Un ejemplo típico de esto es cuando los múltiples baches de esta ciudad dañan nuestros vehículos.
 
En fin, los recuerdos se agolpan, y también un dejo de nostalgia. Poder ser diputado en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal es un enorme honor y una experiencia que jamás olvidaré. No puedo sino agradecer a todos los que trabajaron conmigo y fueron los responsables de las cosas buenas que se pudieron hacer. Por supuesto que los errores y las omisiones son únicamente mías. También agradezco a los vecinos del distrito XX, que abarca parte de las delegaciones Álvaro Obregón y Benito Juárez, por haberme permitido ser su representante. Seguiré a sus órdenes desde la Cámara de Diputados.

sábado, 26 de mayo de 2012

Aire fresco, a 5 semanas de la elección

En los últimos días ha empezado a emerger y movilizarse un sector cada vez más numeroso de la población que tiene pánico de que el PRI pueda regresar al poder. Lo que comenzó siendo una aparentemente inocente protesta estudiantil en la Ibero, ha ido evolucionando y tomando forma hasta convertirse en una multitudinaria manifestación que ha llamado la atención del mundo entero. Movimientos espontáneos y organizados a través de redes sociales -y no a través de sofisticadas conspiraciones, como denunció el líder priista Pedro Joaquín Coldwell- dejan ver que de aquí al primero de julio quedan todavía muchas cosas por verse.

En ninguna democracia debiera espantar el triunfo de ningún partido. La alternancia es natural y hasta cierto punto lógica y necesaria en cualquier nación. Así acaba de pasar en España y en Francia y nadie se tiró al piso. Pero existen múltiples elementos para sospechar que en México el triunfo del PRI no implicaría una alternancia como cualquier otra, sino una auténtico riesgo para la democracia. Cuando observamos que el comunicador más visible del país minimiza el viernes negro de Peña Nieto en la Ibero o las protestas que se le hicieron en Oaxaca y en cambio maximiza desproporcionadamente los errores del equipo de Josefina; cuando analizamos el sectarismo pro priista de los "analistas" del programa Tercer Grado; cuando nos presentan encuestadoras que trabajan para el PRI y para el Verde como si fueran objetivas, imparciales y metodológicamente rigurosas; cuando nos enteramos de que durante años Peña Nieto ha "contratado" columnas editoriales para que hablen maravillas de él; cuando cada vez más son más los reporteros que denuncian presión de sus jefes para no hablar mal de Peña Nieto; entonces nos damos cuenta de que el peligro de regresión autoritaria en México es real.

Muy interesante y alentador que quienes encabezan en calles y redes sociales este movimiento son jóvenes universitarios. Quizá no cuenten con organización ni estructura, mucho menos con una agenda política bien definida y acabada. En sus filas seguramente hay de todo, de izquierda a derecha, pasando por ambientalistas y defensores de agendas alternativas y de minorías. Pero los une el presagio de que un eventual regreso del PRI a los Pinos pondría en riesgo muchos de los avances democráticos del México de hoy, debido a sus comprobadas complicidades con el crimen organizado, con la corrupción y con los más oscuros intereses.

Por su edad, esos jóvenes no padecieron los gobiernos del PRI represor que además destrozó la economía y convirtió a México en una fábrica de pobres. Ellos crecieron en un país con estabilidad económica, pluralidad política y libertades. Por eso mismo no quieren un escenario distinto. Han metido aire fresco a una campaña tediosa y monótona. A cinco semanas de la elección, todavía queda mucho por escribirse.

domingo, 22 de abril de 2012

Cristiada y la verdad histórica

Muy poca gente sabe que hubo una época en nuestro país en la que las iglesias no tenían personalidad jurídica y no podían poseer ningún tipo de bienes; en la que estaban prohibidas las procesiones y los sacerdotes tenían que andar por la calle vestidos de civiles, sin poder siquiera portar su alzacuellos y en algunos estados como Tabasco eran obligados a casarse para poder oficiar; en la que el gobierno patrocinaba, con toda la fuerza del Estado y de sus huestes sindicales, una iglesia propia y subordinada, la autodenominada "Iglesia Católica Mexicana"; en la que los funcionarios públicos no podían asistir a actos religiosos; en la que los sacerdotes no tenían derecho al voto; en la que las corporaciones religiosas estaban impedidas para establecer o dirigir escuelas.

Todo lo anterior ocurrió en los años veinte del siglo pasado, cuando a Plutarco Elías Calles, presidente de México y "Jefe Máximo de la Revolución", además de fundador del PRI, se le ocurrió reglamentar los artículos antirreligiosos de la Constitución de 1917 y entre otras atrocidades mandó expulsar a los sacerdotes y obispos extranjeros y dinamitar el monumento a Cristo Rey del Cerro del Cubilete, generando con todo ello una aguerrida reacción del pueblo católico, principalmente de los estados del centro del país, lo que desató la llamada guerra cristera. Muchos de estos episodios son reflejados, de manera muy afortunada, por la película Cristiada, dirigida por Dean Wright y protagonizada, entre otros, por Andy García, Eva Longoria, Peter O'Toole, Eduardo Verástegui  y Rubén Blades, con una espectacular música de James Horner.

Más allá de los comentarios y opiniones que puedan vertirse sobre Cristiada (como toda realización humana habrá a quien le guste y a quien no, a mí en lo personal me fascinó) es importante conocer los pormenores de una época en la que los mexicanos vivieron sojuzgados por un régimen de verdadero terror del que muy poco dice la historia oficial.

Se calcula que la guerra cristera ocasionó la muerte de alrededor de un cuarto de millón de personas, además de sumir al país en una gran crisis económica y política, a tal grado que el historiador Luis González y González la ha considerado como "el mayor sacrificio humano colectivo en la historia de México". Terminó sin una victoria clara de ningún bando y generó un modus vivendi de mutua simulación entre la Iglesia y el Estado, en el que durante seis décadas permanecieron vigentes las leyes anticatólicas pero no fueron aplicadas.

Seguramente había variedad de motivaciones en los campesinos y rancheros del centro del país que se alzaron en armas contra la tiranía callista y a la que le propinaron dolorosas derrotas, a pesar de su precaria organización militar y su carencia de recursos materiales. Pero parece quedar claro que en la mayoría de ellos había un sincero deseo de defender su libertad religiosa, combatida por un Estado que excediéndose en sus funciones pretendía apoderarse de las conciencias de los mexicanos. Juan González Morfín, estudioso del conflicto, señala que, a diferencia de otras insurrecciones de la época, una vez pacificados los cristeros no se convirtieron en bandidos ni en salteadores de caminos y que todavía hoy en día prevalece un buen recuerdo de ellos en los pueblos en donde tuvieron presencia y en donde, en no pocos casos, dieron muestras de auténtico heroísmo.

La libertad religiosa por la que luchaban los cristeros no debe ser entendida como una graciosa concesión que el gobierno en turno otorgue a los ciudadanos, sino que es un derecho humano fundamental. Es el derecho a decidir si se quiere o no practicar una religión, la que sea, y la posibilidad de hacerlo tanto en lo público como en lo privado sin restricciones. Hace falta todavía avanzar en este tema en el sistema normativo mexicano.

Vale la pena ver Cristiada. Además de las muy buenas actuaciones de los protagonistas, la gran ambientación y la extraordinaria banda sonora, nos aproxima a una época desconocida de nuestra historia y que nos permite apreciar lo que vale la libertad.

domingo, 15 de abril de 2012

Las campañas negativas

Han comenzado a transmitirse diversos spots en radio y televisión en donde el Partido Acción
Nacional demuestra que muchos de los supuestos compromisos cumplidos por Enrique Peña Nieto cuando fue gobernador del Estado de México en realidad son mentiras que buscan crear una imagen de efectividad. Los priistas han reaccionado con ira, exigiendo a la autoridad electoral la retirada inmediata de dichos anuncios. Estamos siendo testigos, pues, del inicio formal de la propaganda negativa en este proceso electoral.

Las campañas negativas, o de contraste, no son algo nuevo en México. Fueron parte importante de las elecciones presidenciales tanto de 2000 como de 2006. En el resto de mundo democrático son utilizadas con bastante regularidad, basta ver las precampañas presidenciales en Estados Unidos.

¿Son efectivas y rentables las campañas negativas? A veces sí, a veces no. Si estas campañas están basadas en hechos reales, en evidencias empíricas y no en simples acusaciones sin sustento, y además están acompañadas de una adecuada estrategia de difusión y de mercadotecnia, por supuesto que son eficaces. Desmovilizan al votante blando del adversario y lo mandan a la indecisión. Aumentan la aversión al riesgo del indeciso respecto al candidato inculpado. Polarizan la elección entre el acusador y el acusado, generando un voto útil hacia alguno de los dos por parte de quienes pensaban votar por un tercero. Ahora bien, si la campaña negativa parte de supuestos falsos y está mal diseñada e implementada, lo más seguro es que se volverá en contra de quien la promueve, en algo parecido a un efecto bumerang.

Más allá de la eficacia o no de las campañas negativas, lo cierto es que proporcionan información muy valiosa al elector. Si los distintos candidatos no establecen contrastes claros entre ellos, ¿cómo podrán enterarse los votantes de la viabilidad o inviabilidad de las diferentes propuestas? ¿Cómo discernir entre los candidatos con un negro historial –recordado en campaña por sus adversarios— y aquellos que sí tienen una trayectoria respetable? Imaginemos por un momento a un elector que no tiene absolutamente ninguna información sobre los candidatos –bastantes más de los que creemos— y sólo escucha lo que éstos dicen de sí mismos, ¿a cuál van a elegir? ¿Acaso no presumirán todos de ser la mejor opción? ¿Acaso no presentarán cada uno de ellos la mejor imagen de sí mismos? Es la campaña de contraste la que procura información verdadera a los electores, quienes podrán analizar las partes buenas y las partes malas de los candidatos y con base en ello tomar una mejor decisión.

A través de las campañas de contraste es como se puede llevar a cabo de mejor manera la rendición de cuentas de los cargos públicos hacia los votantes, pues se analizan críticamente las trayectorias previas, los personajes o grupos que apoyan a los candidatos, las formas de pensar o el origen de los recursos utilizados en las campañas.

Sin campañas negativas o de contraste, no habría debates ni verdadera discusión democrática. Todo sería un intercambio de falsas promesas de muy difícil viabilidad. ¿Ganarían los electores con ello?

martes, 3 de abril de 2012

El PAN y sus elecciones

El momento de elegir a sus candidatos es tal vez el proceso más crítico que enfrenta un partido político con posibilidades de triunfo. Tiene que definir qué bien pretende tutelar: ¿la democracia interna, es decir, que los militantes puedan decidir? ¿la nominación de candidatos atractivos capaces de ganar la elección? ¿la elección de futuros buenos gobernantes y/o legisladores? ¿la postulación del candidato más preparado o con más méritos? Es prácticamente imposible que un mismo método privilegie simultáneamente todos los objetivos anteriores.

El Partido Acción Nacional en el Distrito Federal, y prácticamente en todo el país, se atrevió a llevar a cabo procesos democráticos para elegir a sus candidatos. Fue el único que lo hizo. PRI y PRD prefirieron designaciones directas y acuerdos cupulares, comenzando por su propio candidato presidencial. La decisión panista para los diferentes cargos de elección popular no estuvo exenta de dificultades e incluso de prácticas contrarias al espíritu democrático del partido: no se puede voltear hacia otro lado ante evidencias de acarreos, compras de votos y otras irregularidades que, por fortuna, fueron la excepción y no la regla. La Comisión Nacional de Elecciones hizo bien su trabajo y se consolidó como una instancia confiable e imparcial. La renuncia al partido de personajes que hace tan sólo tres años se beneficiaron de las nada democráticas designaciones y que ahora no fueron capaces de ganar una elección interna no
deja de ser meramente anecdótica, además de incongruente.

En general se puede decir que el partido sale bien librado de estos procesos, aunque con la enorme responsabilidad de replantearse varias cosas. Se tienen que revisar los mecanismos de afiliación y las responsabilidades que los militantes han de adquirir en la organización partidista. La afiliación inducida no puede seguir siendo la vía más fácil de controlar al partido.

Por otro lado, la decisión de efectuar elecciones abiertas a toda la ciudadanía para nominar candidatos, experimentada en varios lugares, ha resultado profundamente adversa y contraria al espíritu que la respaldaba. Pensar que muchos ciudadanos de buena fe se iban a interesar en quién era el candidato del PAN en un distrito de mayoría o en una delegación y que por lo tanto iban a ir a votar en su elección interna no deja de ser utópico. Con topes de campaña bajísimos (en el DF fueron de 30,000 pesos) era imposible hacer una correcta difusión entre la ciudadanía sobre los procesos abiertos del PAN. Más bien, la evidencia empírica en todos los partidos nos muestra que las elecciones abiertas incentivan los peores comportamientos posibles de los actores involucrados. Suele ocurrir en estos casos que los precandidatos buscan llevar a la urna a la mayor cantidad posible de personas que saben que van a votar por ellos, es decir, se incentiva al máximo el acarreo o los pactos con aquellas organizaciones corporativas que puedan movilizar el mayor número de ciudadanos a la elección interna. No gana, pues, ni el candidato mejor valorado por la ciudadanía ni el más popular, sino el que pudo movilizar a más personas, bajo la forma que haya sido, incluyendo, tristemente, la compra clientelar del voto. A consecuencia de ello, son raras las elecciones abiertas que no terminan en medio de descalificaciones y acusaciones graves. Aunado a lo anterior, siempre existirá el riesgo de que actores ajenos al partido participen con el ánimo de descarrilar el proceso. En Chihuahua, Javier Corral argumentó, precisamente, que el gobernador priista operó con todo para tratar de evitar que llegara al Senado de la República.

Las anteriores reflexiones deben hacerse con mayor profundidad para que Acción Nacional recupere la imagen de partido ordenado y democrático que siempre ha tenido ante la ciudadanía. Una indispensable reforma estatutaria después de la elección federal deberá replantear, a profundidad, los métodos internos del PAN. Este partido tiene la enorme responsabilidad de seguir siendo el gran instrumento de la sociedad para construir un país moderno y encaminado al bien común. No puede, no podemos, ser omisos ante ellos.

lunes, 19 de marzo de 2012

El hombre que nos visita

En los pasillos vaticanos se suele comentar que pocos meses antes de la muerte de Juan Pablo II, ocurrida en abril de 2005, el entonces Cardenal Joseph Ratzinger acudió con él para comunicarle que deseaba regresar a Alemania, su tierra natal. Ya mayor, con 77 años a cuestas, Ratzinger llevaba más de veinte años como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ya había cumplido la edad que el Código de Derecho Canónico establece para la jubilación de los obispos, y quería tener una retirada tranquila, en medio del estudio, la lectura y la oración. Juan Pablo II no le aceptó la renuncia y el resto de la historia ya la conocemos: en abril de 2005 Joseph Ratzinger fue electo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, adoptando el nombre de Benedicto XVI.

Si algo ha caracterizado el pontificado de Benedicto XVI ha sido su empeño en dialogar con el mundo moderno y encontrar, en medio de la pluralidad y la diversidad, algunas certezas en común. Es célebre el debate que siendo todavía Cardenal sostuvo con el filósofo Jürgen Habermas en torno a los fundamentos morales del Estado. Ya como Papa ha ido a universidades y parlamentos a construir puentes y encontrar coincidencias. El Papa sabe bien que en el mundo de hoy la Iglesia compite con otras asociaciones planteando sus opiniones e ideas. Si éstas son racionales y razonables, conquistará corazones libres. Pero para ello, Benedicto XVI recuerda que el católico no debe renunciar a su propia singularidad, sino por el contrario tiene que fortalecerla y clarificarla. El diálogo nunca podrá ser pleno si se excluye a priori a quienes emiten opiniones inspiradas en alguna fe religiosa o si en nombre de la pluralidad se exige la renuncia a las convicciones propias.

Por eso el Papa ha sostenido que la religión tiene un papel relevante para la formación de virtudes civiles y que, por lo tanto, es una oportunidad y no una amenaza en un sistema democrático. La religión puede motivar a los ciudadanos individualistas a involucrarse en su comunidad para sacrificar algo de lo propio en aras de un interés común.

En la reunión que sostuvo con parlamentarios británicos en Westminster en 2010, Benedicto XVI rechazó de plano la posibilidad de que la religión pueda proponer soluciones políticas concretas a
los problemas coyunturales a los que se enfrenta una sociedad, pero defendió vigorosamente su papel para ayudar a la razón a descubrir, sin sectarismos ni fundamentalismos, principios morales objetivos. Afirmó en aquella ocasión que "sin la ayuda correctora de la religión, la razón puede ser también presa de distorsiones, como cuando es manipulada por las ideologías o se aplica de forma parcial en detrimento de la consideración plena de la dignidad de la persona humana". El siglo XX es un fiel testigo de cómo los sueños de la razón pueden producir monstruos, como bien decía Francisco de Goya.

En este mundo plural, Benedicto XVI no ha sido un restaurador ni ha caído en tentaciones confesionales. Por el contrario, ha defendido una laicidad positiva, abierta, dialogante. Una laicidad que una y no que excluya. Una laicidad que garantice la plena libertad religiosa, tanto en
lo público como en lo privado, y que por lo tanto es condición necesaria para disfrutar de una sociedad incluyente en la que todos puedan manifestarse para así lograr interrelaciones fecundas y enriquecedoras. Una laicidad que se opone a ese laicismo fanático que pretende expulsar cualquier referencia religiosa del espacio público y negar el ámbito de lo sagrado, como si no formara parte de la tradición cultural de la humanidad a lo largo de toda la historia. Una laicidad que pueda promover una nueva relación entre lo espiritual y lo temporal, garantizando así la libertad y la concordia entre los seres humanos, desterrando cualquier confusión entre el Estado y la Iglesia, por un lado, y cualquier vestigio de intolerancia hacia la religión, por otro.

Así es Benedicto XVI, el hombre que nos visita. Frente a su palabra, cada quien será libre de aceptarla, rechazarla o permanecer indiferente. En todo caso, vale la pena escucharlo.

lunes, 12 de marzo de 2012

Una dama de hierro

La segunda mitad del siglo XX fue pródiga en acontecimientos en el mundo entero y muy particularmente en el mundo occidental: guerras, ideologías, muros de concreto que dividieron naciones, avances tecnológicos, carrera espacial, gobiernos de muy diversos signos... pero fue también una época de liderazgos muy notables que de alguna manera
cambiaron el rumbo de las cosas. Uno de ellos fue, sin duda, el de Margaret Thatcher, recientemente llevada a la pantalla grande en The Iron Lady, espectacularmente protagonizada por Meryl Streep.

Thatcher fue primera ministra de Gran Bretaña entre 1979 y 1990, la primera y hasta ahora única mujer en ocupar ese cargo. Heredó
una situación política y económica verdaderamente complicada: el gobierno laborista había generado desempleo, crisis económicas y un aparato estatal ineficiente y
que brindaba pésimos servicios públicos. Para enfrentar esos problemas, Thatcher tuvo que tomar medidas drásticas, no exentas de polémica, pero que finalmente condujeron a una recuperación económica: recortes presupuestales, privatización de empresas públicas, disciplina fiscal...

Margaret Thatcher dotó de un especial dinamismo al viejo Partido Conservador, el cual volvió a defender sin complejos valores como la libertad individual, el mérito personal, la economía de mercado, la vida y la familia. Fustigó a todos aquellos que creían que un Estado interventor,
omnipresente y obeso era la solución a todos los problemas. Su proyecto ideológico no solamente incidió en el Partido Convervador, sino también en el Laborista, que se vio obligado a superar viejos dogmas y replantear sus postulados, muchos de los cuales fueron retomados por académicos como Anthony Giddens o políticos como Tony Blair.

La lucha de la Thatcher coincidió con la de otros personajes como Ronald Reagan o Helmut Kohl. Todos ellos lograron una gran victoria cultural al demostrar que cuando el Estado interviene de manera indiscriminada en la economía, suele producir más problemas que los que busca
solucionar. Hoy ya muy pocos ponen en duda que cuando las burocracias estatales crecen desmedidamente malgastan los recursos de la sociedad y suelen abusar de los poderes conferidos, fomentando redes clientelares y apoyos políticos obscenos, y que donde no hay competencia las sociedades se estancan y empobrecen. La rígida planificación económica ha mostrado su fracaso en el mundo entero y ha traído consigo, generalmente, la falta de libertad política. Los controles de precios ocasionan, irremediablemente, inflación y, con ella, menos
poder adquisitivo, crisis económicas y más pobreza.

Pero no solo fue económica la lucha de estos líderes, sino también política. En plena guerra fría, cuando Occidente vivía desmoralizado frente al avance soviético, hicieron frente al socialismo y
lograron, junto a otros grandes líderes como Juan Pablo II, Lech Walesa o Vaclav Havel que se desmoronara el muro de Berlín y con él las utopías totalitarias que sojuzgaron a buena parte de la humanidad en el siglo XX.

Margaret Thatcher, conocida como "La dama de hierro", jamás aceptó el chantaje de los sindicatos ni de los grupos terroristas. Mucho menos el de una nación extranjera como Argentina cuando invadió las Islas Malvinas. Frente a ellos no tuvo compasión ni piedad. Sus detractores incluso descalifican su crueldad para hacer frente a estos trances, lo cual generó no pocos problemas al interior de su propio gobierno. En todo caso, logró imponer el orden, si bien es cierto que a un costo alto, como las vidas inocentes que se perdieron en el conflicto bélico del atlántico sur.

Margaret Thatcher fue una mujer con una gran visión política. Su liderazgo, con sus aciertos y errores, ha trascendido los límites de su país y la convierte en un referente indispensable para entender los tiempos actuales.

lunes, 5 de marzo de 2012

¿Adiós a los pluris?

Es políticamente muy correcto criticar a los diputados plurinominales (o de representación proporcional). Se dice de ellos, básicamente, que no hicieron campaña, que no fueron electos por los ciudadanos sino por las cúpulas partidistas y que no le rinden cuentas a nadie. En medio del descontento generalizado hacia la clase política en México, muchos voltean hacia los pluris y creen que su eliminación es un imperativo urgente.

Sin embargo, quienes proponen la eliminación de los legisladores de representación proporcional difícilmente reparan en las consecuencias negativas que esto traería para la democracia mexicana. Analicemos algunas de ellas.

En primer lugar, la razón de ser de los diputados plurinominales, aquí y en cualquier parte del mundo, es garantizar una representación parlamentaria más acorde con las preferencias y la voluntad de los ciudadanos. Un sistema de pura mayoría relativa, es decir, de diputados electos en distritos uninominales, genera graves distorsiones en la composición de los parlamentos.

Veamos un par de ejemplos. En 2009, en el Distrito Federal, el PRD obtuvo una votación efectiva del 28.70% y ganó 30 diputaciones de mayoría (son 40 por este principio); el PAN tuvo el 22.10% y 9 diputaciones de mayoría; el PRI el 18% y ninguna mayoría; el PT el 11.5% y 1 mayoría; el PVEM el 10.15% y ninguna mayoría, al igual que Convergencia (2.6%), Nueva Alianza (4.2%) y PSD (2.6%). Es decir: si no hubiera diputados plurinominales el PRD tendría el 75% de las curules con únicamente un 28.7% de la votación. ¿Sería esto democrático? En el caso del PAN sí obtendría una representación proporcional a su votación pero no así en el caso del PRI, quien con un 18% no tendría ni un solo diputado. ¿Un sistema así, en una ciudad tan plural como el Distrito Federal, podría ser representativo y funcionar bien?

A nivel federal pasaría algo parecido pero con distintos partidos. Sin plurinominales, el PRI tendría el 62% de la representación parlamentaria con el 39.5% de la votación efectiva. El PAN, por su parte, tendría el 23% de los escaños en San Lázaro con el 30% de la votación.

Como se puede ver en estos dos ejemplos, los diputados de representación proporcional cumplen con esa función indispensable de dar voz de manera equilibrada a numerosos ciudadanos que votaron por un partido y que merecen ser representados y tomados en cuenta a la hora de elaborar las leyes y distribuir los recursos públicos, acorde con las preferencias expresadas en las urnas.

La democracia no es solamente un conjunto de mecanismos y procedimientos para repartir los cargos públicos y acceder al poder; también implica dar representación política e institucional a las diferentes expresiones y corrientes de pensamiento que existen en una sociedad. Precisamente la introducción en el sistema electoral mexicano de mecanismos de representación proporcional fue lo que permitió, a la larga, la paulatina democratización del régimen político autoritario posrevolucionario, al dar entrada al poder legislativo a diputados de oposición para quienes, dadas las condiciones de inequidad vigentes, era tarea titánica ganar un distrito de mayoría.

Por otro lado, es falso que los diputados plurinominales no tengan que hacer campaña, ya que, salvo los que vayan en los muy primeros lugares de la lista, su elección depende de la votación que a nivel global pueda obtener el partido. Dicho de otra forma: a mayor votación, mayor número de diputados de representación proporcional, en términos generales. Si analizamos la forma como se han asignado los diputados de representación proporcional en las últimas cuatro elecciones federales, veremos que existe una gran varianza. Así, por ejemplo, en la cuarta circunscripción el PRI se ha movido en un rango entre 5 y 13 pluris, el PAN entre 11 y 16 en la tercera, y el PRD entre 7 y 13 en la quinta. Es decir: después del lugar 5 de la lista, ningún pluri tiene asegurado su pase automático a la Cámara de Diputados en el caso de los tres partidos más grandes de México. En el caso de los partidos pequeños, prácticamente ningún candidato de representación proporcional tiene amarrada su posición. Por lo tanto, un candidato plurinominal tiene incentivos a apoyar a su partido durante la campaña para que le vaya bien en la elección.

Por último. Ha sido una regla no escrita que en las posiciones plurinominales los partidos incluyen a sus cuadros con mayor experiencia legislativa, aquellos que serán los coordinadores parlamentarios y los que marcarán la agenda en los diferentes temas. Los legisladores plurinominales suelen ser los que aportan mayor racionalidad global y no únicamente los que velan por los intereses particulares de sus distritos (ambas posiciones son necesarias y se complementan). Hay quienes sostienen que los partidos utilizan las listas plurinominales para garantizar la entrada de personajes indeseables que no ganarían una elección, pero lo cierto es que esto no es una regla general: dos de los diputados con peor prestigio, Gerardo Fernández Noroña y Mario di Constanzo, fueron electos en distritos de mayoría.

Por supuesto que urgen reformas que profesionalicen a nuestro poder legislativo y mejoren su calidad y representatividad. Pero eliminar los pluris sería, a todas luces, una solución simplista. Hay que entrar a fondo al tema. Es urgente permitir la reelección legislativa para que los ciudadanos tengan el derecho de juzgar a sus representantes y éstos, sean plurinominales o de mayoría, establezcan entre ellos relaciones de largo plazo que se traduzcan en mayores acuerdos y mejores leyes. Hay que reformar las leyes orgánicas de nuestros congresos y sus reglamentos internos para propiciar un trabajo más racional y organizado. Hay que replantear el funcionamiento de las comisiones. Hay que establecer un sistema civil de carrera legislativa para los asesores parlamentarios. Hay que transparentar al máximo los recursos y prerrogativas que reciben las bancadas. Son las anteriores algunas reformas necesarias para tener mejores legisladores, tanto a nivel federal como local. Pero suprimir sin más a los plurinominales, no va a resolver de fondo ninguno de los muchos problemas que viene arrastrando desde hace tiempo nuestro poder legislativo y en cambio sí puede crear muchos más.

miércoles, 29 de febrero de 2012

¡De vuelta!

En 2007 abrí este blog de "Notas al pie". Durante más de dos años publiqué un importante número de textos y, lo más importante, pude dialogar con cientos de personas. Después dejé de escribir aquí pero ahora tengo toda la intención de retomarlo.

En este espacio pretendo publicar mi opinión sobre los temas más variados. Quiero dejar claro que esta opinión será exclusivamente mía, es decir, no representará la postura oficial de mi partido, el PAN, ante los temas del momento, independientemente de que puedan existir bastantes coincidencias.

Saludo con afecto a todos los que lean este blog y quieran comentar en él. Será para mí un gusto tenerlos como compañeros de viaje.