lunes, 27 de agosto de 2012

Adiós a Donceles

Hace unos días presenté mi solicitud de licencia definitiva al cargo de diputado en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal para asumir el de diputado federal en el Congreso de la Unión. Si bien es cierto que la legislatura local está a punto de terminar, los formalismos obligan a que dicho trámite se lleve a cabo.

En estos tres años en la ALDF tuve enormes aprendizajes, muchas satisfacciones y también algunas frustraciones. Todo ello consustancial a cualquier etapa de la vida. También de la vida política. Echemos, así sea por unos minutos, la vista atrás.

En mi bancada panista, coordinada por Mariana Gómez del Campo, intentamos ser siempre los más propositivos. A veces lo logramos, a veces no. Fuimos un buen equipo de quince diputados hasta que las ambiciones personales generaron algunas divisiones y tres deserciones. De todos ellos, empero, me llevaré siempre un gran recuerdo. Fuimos compañeros de trinchera, tuvimos en nuestras manos la enorme responsabilidad de levantar la bandera de Acción Nacional y de proponer una agenda humanista en un medio hostil y siendo minoría, lo cual nos obligaba a un mayor esfuerzo de creatividad. Fuimos los únicos que presentamos una alternativa al perredismo en el lugar donde se hace más política en la ciudad de México.

Recuerdo que al principio de la Legislatura los diputados de la mayoría perredista -mayoría, por cierto, creada artificialmente y mediante el polémico y sospechoso traspaso de cuatro diputados de otros partidos a su bancada--  nos veían a los panistas con un profundo desprecio. Me da la impresión de que para ellos representábamos todo lo malo que puede haber en su mundo ideologizado: éramos la encarnación de la reacción, de la mafia que les robó la Presidencia. Quizá nosotros también teníamos bastante prejuicios hacia ellos. Las primeras sesiones eran ríspidas, desagradables: recuerdo que hubo un conato de golpes en la sesión en la que los jefes delegacionales rindieron protesta. Después, con la confianza que viene de la interacción constante y el trato cotidiano, logramos procesar nuestras diferencias (algunas insalvables) y llegar a acuerdos en muchos temas. Otros tantos quedaron pendientes por las perversas lógicas políticas y electorales de las que son rehenes los parlamentos. En todo caso, puedo decir que de varios de esos diputados guardo un buen recuerdo y de algunos de ellos me precio incluso de su amistad.

Un muy mal sabor de boca en esta legislatura me dejó la bancada del PRI. Salvo alguna honrosa excepción, en general sus diputados fueron un apéndice lamentable del PRD y del Gobierno del Distrito Federal. Personajes como Christian Vargas -el llamado "Dipuhooligan"-  simplemente contribuyeron a la anécdota y a las notas chuscas. Sólo recuerdo de ellos dos propuestas sobresalientes: cuando propusieron la castración química a los violadores (asunto que no merece mayor comentario) y cuando quisieron inscribir con letras de oro en el recinto el nombre de Plutarco Elías Calles y tuve que subirme a la tribuna a hablar en contra: al final, por un par de votos no lo lograron. Asumo gustoso la culpa histórica.
 
Varias satisfacciones en particular me deja el trabajo legislativo. No es mi intención hacer en este momento un exhaustivo informe legislativo, por lo que simplemente mencionaré tres de ellas.

Una, cuando junto con los vecinos de la Benito Juárez logramos impedir la venta que el Jefe de Gobierno pretendía hacer de una parte de la calle Enrique Rébsamen a la Comercial Mexicana. Por definición un bien de dominio público, como es una calle, no puede estar sujeto a un régimen de compra-venta, pero a pesar de eso el GDF pretendía hacer un obsceno negocio. Otra gran satisfacción fue haber bajado recursos para rescatar la histórica plaza Gómez Farías, en el barrio de San Juan Mixcoac: la remodelación la dejó a la altura de los mejores espacios públicos del mundo. También considero un gran logro el haber reformado la ley de responsabilidad patrimonial para agilizar y simplificar la indemnización en caso de que la autoridad dañe a un particular por su mala actuación o sus omisiones. Un ejemplo típico de esto es cuando los múltiples baches de esta ciudad dañan nuestros vehículos.
 
En fin, los recuerdos se agolpan, y también un dejo de nostalgia. Poder ser diputado en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal es un enorme honor y una experiencia que jamás olvidaré. No puedo sino agradecer a todos los que trabajaron conmigo y fueron los responsables de las cosas buenas que se pudieron hacer. Por supuesto que los errores y las omisiones son únicamente mías. También agradezco a los vecinos del distrito XX, que abarca parte de las delegaciones Álvaro Obregón y Benito Juárez, por haberme permitido ser su representante. Seguiré a sus órdenes desde la Cámara de Diputados.