domingo, 2 de septiembre de 2012

San Lázaro

El Palacio Legislativo de San Lázaro es un mundo. Es enorme. Más que un recinto legislativo parece el campus de una universidad norteamericana. Tiene nueve edificios en donde existen oficinas casi para todo (grupos parlamentarios, comisiones, mesa directiva, secretaría general, servicio social, canal del congreso, protocolo, etc.), así como infinidad de pasillos, jardines, estacionamientos, espacios abiertos y hasta pasadizos. La burocracia sindicalizada y basificada abunda (como la que ocupa los elevadores para apretar el botón de destino), en detrimento de los asesores técnicos y especializados de cada diputado, que son más bien pocos.

Paradójico que en un Estado como el mexicano donde se ha hecho del laicismo un dogma irrefutable, el Palacio Legislativo que alberga a la Cámara de Diputados tenga el nombre de un santo. No es ciertamente en honor al mejor amigo de Jesús, cuya muerte le generó tal tristeza que con su poder sobrenatural ordenó su resurrección, según consta en el relato evangélico. No, más bien el nombre proviene de que ahí se encontraba la antigua Estación de Ferrocarril de San Lázaro, aunque quizá en su origen remoto el nombre sí tuviera un componente claramente religioso.

El salón de plenos también es gigantesco. Faraónico, diría yo. Se nota que fue construido en el sexenio de López Portillo, clímax de la presidencia imperial mexicana, como la llamó Enrique Krauze. A diferencia de otros parlamentos en el mundo, en el mexicano los legisladores no nos podemos ver cara a cara. Más que un hemiciclo es un gran auditorio. Todo está dispuesto para ver al orador. Fue hecho en el esplendor del priismo para que el Presidente tuviera su espectáculo glorioso el día de su informe.

Este lugar ha sido la sede de eventos memorables. Aquí falleció de un infarto, en plena tribuna, el diputado panista Carlos Chavira, quien protestaba contra el fraude electoral de Baja California en 1983. Aquí se produjo la primera interpelación a un Presidente de la República en la historia moderna, cuando en 1988 el senador Muñoz Ledo increpó a Miguel de la Madrid. Aquí se instaló en 1997, contra toda la fuerza del PRI, entonces comandado en San Lázaro por los hoy ínclitos neodemócratas Arturo Nuñez y Ricardo Monreal, la primera legislatura posrevolucionaria con mayoría opositora. Aquí tomaron posesión Vicente Fox, el primer Presidente de la alternancia, y Felipe Calderón, en medio de la violencia física y verbal de los perredistas.

Muchas historias han pasado por San Lázaro. Aquí se han visto diputados representantes de intereses inconfesables, legisladores que han faltado a la confianza depositada en ellos. Pero también este lugar ha sido testigo de intensas negociaciones y acuerdos que gradualmente y si bien es cierto que de forma insuficiente han permitido el progreso de México.

Inicia una nueva legislatura. Otra vez el imponente Palacio de San Lázaro está de manteles largos.  Es un momento propicio para recordar que los legisladores tenemos en nuestras manos una enorme responsabilidad: dignificar la tarea legislativa y construir una nueva cultura democrática. Que este lugar sea una manifestación de civilidad, un instrumento fundamental de la sociedad abierta, un espacio para el encuentro con el otro y, por lo tanto, genuino factor de entendimiento entre todas las maneras de pensar.

Decía Carlos Castillo Peraza, quien por cierto fue diputado en San Lázaro, que la política tiene que ser generadora de esperanza. Se debe poder esperar algo de la política, los hombres y las mujeres concretos deben poder esperar algo de la política y de los políticos. Y siendo San Lázaro uno de los lugares en donde más política se hace, tiene que ser también de los que más esperanza genere.