sábado, 21 de febrero de 2015

¿Un héroe anónimo?

Hoy parece difícil de creer, pero durante muchos años en México no existió la libertad educativa. Los padres de familia no podían formar a sus hijos según sus propias convicciones, las escuelas privadas eran hostilizadas por el gobierno y el libro de texto oficial se imponía como única verdad. Fueron muchas las personas que trabajaron por remediar esa situación, algunas desde la visibilidad de la lucha pública, otras desde el trabajo cotidiano, discreto, pero al mismo tiempo  firme y pertinaz que tuvo como consecuencia más reciente que la Constitución mexicana reconociera expresamente a los padres de familia, en lo que sin duda podría ser calificado como una histórica victoria de la libertad.

Uno de estos últimos fue Pedro Uriel Rodríguez. Hombre dinámico, afable, enjundioso, fue durante muchos años colaborador destacado de la Unión Nacional de Padres de Familia, organización creada en 1917 para salvaguardar el derecho de los padres a educar a sus hijos. Nada más, pero nada menos. Junto con su esposa Rocío, Pedro Uriel fue el creador de la revista Cumbre, la cual llega a cientos de escuelas de todo el país y a miles de padres de familia, y que contiene artículos sobre pedagogía, historia, ética y educación. Especialista en temas de formación y autor de varios libros, a últimas fechas Pedro laboraba en la Secretaría de Educación Pública del Estado de Guanajuato, desde donde defendía los mismos valores que antes en la sociedad civil, valores enfocados en una educación integral que no solamente capacite en la inteligencia sino que también forme en la voluntad.

El pasado viernes, primero de la Cuaresma, Pedro Uriel falleció. Entregó su alma a Dios después de varios días de intensos tratamientos y sufrimientos que aceptó sin protestar. Esa frase hecha que dice que “todos somos necesarios pero ninguno es indispensable” vuelve a demostrar su falacia: Pedro era de esas personas indispensables en toda organización humana porque con su buen humor, sabiduría y optimismo era capaz de sacar de cada uno lo mejor de sí. Pero, sobre todo, era de esas personas, hoy tan escasas, que buscan transformar la realidad a partir del compromiso con unos principios. En el caso de Pedro, eran los del humanismo cristiano.

Lo vamos a extrañar. Y mucho. En un país en donde la educación sigue siendo una asignatura pendiente, en donde la corrupción carcome a las instituciones públicas y privadas y en donde la violencia no cesa, ejemplos como el de Pedro Uriel iluminan el camino y nos indican hacia dónde ir. En el dolor de su partida, nos queda la esperanza de aquella frase de Chesterton retomada por los requetés en España: ante Dios nunca serás un héroe anónimo. Descanse en paz.